“En la vida hay que elegir entre ser Aquiles o ser Homero”: Álvaro Pombo

enero 7, 2012

Letras sobre un cielo raso

Por Élmer L. Menjívar

Es uno de los escritores más representativos de la literatura que se hace en España. Ha recibido los más importantes premios editoriales y ocupa, desde junio de 2004, el sillón de la “j” en la Real Academia de la Lengua Española (RAE). Una de sus novelas hace una crucial parada en El Salvador. Nosotros lo buscamos en su Madrid, en sus alturas, y ahí lo encontramos dispuesto a darse a conocer frente a los posibles lectores salvadoreños. Esta plática fue publicada en 9 de mayo de 2005.

Álvaro Pombo

En un quinto piso de Martín de los Heros, una calle del barrio madrileño de Argüelles, vive Álvaro Pombo. El encuentro tenía que ser puntual. Y a las 6 de la tarde en punto presionamos el timbre del 5-B. Sin preguntar nada, la puerta del portal sonó, se abrió y la confianza invitó a pasar. La puerta del apartamento también estaba abierta y nadie salió a recibirnos.

Entramos en un salón de unos cinco metros cuadrados, con luz discreta y libros encaramados en las paredes. Una cama y dos sillas distintas entre sí y un sillón naranja. Una puerta lleva a la terraza, ahí está nuestro confiado anfitrión.

Es ya la última semana de marzo y al frío lo ha espantado la llegada de la primavera. Pombo quitaba las plantas que las bajas temperatura marchitaron irremediablemente. Deliberaba sobre quiénes darán nueva vida a sus jardineras.

Jovial saluda como que no fuera la primera vez que nos ve. Sonriente nos lleva a aquellos dispares asientos alrededor de una mesa con jamón serrano (del más caro dice), quesos y pan. Abre una botella de vino tinto y una botella de jugo que le han dicho que está muy bueno.

“Primero pregunto yo”, advierte, y empieza. Casi dos horas llevó su turno. Le interesa todo y cuenta con una encantadora facilidad para la sorpresa.

Álvaro Pombo nació en Santander (España) en 1939. Muy joven se fue a estudiar Filosofía en la Universidad de Madrid. Fue profesor en un colegio del Opus Dei.

En 1966, en plena dictadura franquista, aceptó ser homosexual frente a un policía. Esto le valió estar tres días en una comisaría y perder su trabajo. Tenía 26 años y quedó fichado: se tuvo que ir de España. Viajó a Londres, donde residió hasta 1977. “En Londres yo era un ‘cleaner’, iba a limpiar casas por la mañana y por la tarde, era imposible ser menos de lo que yo era a los 30 años”, cuenta hoy un laureado escritor de 66 años, y agrega: “Yo siempre cuento mi experiencia londinense diciendo que yo desaparecía, era un homosexual insignificante, era muy solitario, no hablé con nadie hasta que entré en la facultad en 1970”.

Cursó el Bachelor of Art and Filosofy, en el Birberk Collage, y no paró de estudiar desde entonces.

En 1977 regresó a España y publicó dos libros de poemas, “Protocolos” y “Variaciones”. Después de eso abunda la narrativa. Una sucesión de novelas y cuentos que se han ganado el reconocimiento de los lectores, la crítica y la academia.

Algunos especialistas inscriben la obra pombiana —que aborda la sustancia del pensamiento, la conciencia lingüística y la homosexualidad— en el movimiento del realismo subjetivo.

Otros, como Víctor García de la Concha, director de la Real Academia de la Lengua, definen al también académico como “un novelista que ya está en el canon, un hombre que no está encasillado en ningún movimiento. Es él; solo se parece a sí mismo”. Pombo entró en la RAE en junio de 2004.

El Salvador y otras ideas

“El cielo raso”, una de sus novelas más recientes, sitúa a uno de sus protagonistas en El Salvador. Este personaje, lleno de autobiografía, es una síntesis genial de sus ideas filosóficas y teológicas. La novela obtuvo el Premio de Novela José Manuel Lara en 2001, un galardón destinado a valorar la mejor obra en castellano a juicio del conjunto de los editores españoles.

Pombo nunca ha estado en El Salvador, nuestro país es para él una idea. Manifiesta un profundo entusiasmo por las figuras y las ideas de Jon Sobrino, Ignacio Ellacuría y Monseñor Romero. La parte salvadoreña de su novela se sustenta en los conceptos y valores de estos y en el contexto en que vivieron, el cual conoce por documentación.

Es un hombre con posturas claras y poco usuales. Es homosexual y milita desde el lenguaje por los derechos “de los hombres que aman a otros hombres”, habla nuevas ideas de “relación humana”. Ha sido quien ha llevado a la RAE la discusión sobre algunas palabras y usos relacionados con la sexualidad de los individuos.

Sorprende a muchos su oposición a que la palabra “matrimonio” se utilice para las uniones homosexuales. “El matrimonio es una institución burguesa, conservadora, pensada para una clase de relación determinada”, arguye, y se pregunta: “¿No nos arriesgamos nosotros a convertirnos en simples imitadores, simples plagistas, si utilizamos este concepto tradicional para referirnos a nuestras uniones?”, escribió en en la edición de marzo de la revista Zero.

Y dice más: “He desconfiado siempre de las imitaciones. Nuestro roles como miembros de una pareja tienen, en mi opinión, muy poco que ver con los roles masculino y femenino que se dan en el matrimonio heterosexual”.

Sus libros, que son sus ideas, han obtenido los premios que hacen considerar a cualquier escritor uno de los más importantes de la literatura española. Su uso del lenguaje resulta visionario, pero no por eso experimental, sino fundamentado en las normas, pero utilizándolas a favor de la evolución y contra el estancamiento.

Premio Herralde de novela por “El héroe de las mansardas de Mansard”; Premio de la Crítica por “El metro de platino iriado”; Premio Nacional de Narrativa y Premio Ciudad de Barcelona por “Donde las mujeres”; Premio Fastenrath de la Academia de la Lengua por “La cuadratura del círculo”; son unos de los premios más relevantes que Pombo ha obtenido.

La académica Carmen Iglesias afirmó, durante el acto de incorporación de Pombo a la RAE: “Álvaro Pombo ha reivindicado siempre esa complejidad y esa dualidad de lo interior y lo externo, que puede armonizarse relativamente en la intensa vida interior”.

Un hombre de altas letras que aporta ideas al mundo de hoy, con el toque pícaro de un genio y la sabiduría de un maestro que prefiere un cielo cercano para dibujar sus letras.

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Uno piensa en los miembros de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) y a priori ese halo de pureza lingüística intimida un poco…

Vamos a ver. Yo no sé muy bien porque entré ahí. Cuando Luis María Anson me llamó por teléfono para decirme que iba a entrar solo le dije: “Muchas gracias, me siento muy honrado”. Nunca jamás había pensado en la Academia, aunque ya había recibido el Premio Fastenrath de la RAE (por “La cuadratura de círculo”, en 2001), considerado como pórtico para la Academia, yo no lo consideraba.

¿Fue totalmente inesperado? ¿No hay cabildeo, candidatos, campaña y esas cosas?

A uno lo proponen y luego hay votaciones. A mí me propusieron Mateo Díez, Luis María Anson y Francisco Rico. La votación de los dos tercios necesarios se dio en diciembre de 2002, pero ingresé al sillón “j” (jota minúscula) en junio del año pasado.

Pero es un cargo vitalicio de relevancia, no es que baste una recomendación y ya.

Te voy a leer lo que dice el diploma. [Se levanta, arrastra una silla y se dispone a bajar el diploma enmarcado que corona el umbral de una de las puertas interiores. Es grande, enmarcado, el vidrio está roto y con polvo. Lo baja y no con pocas dificultades. Lo acerca y lo lee apresurado y resume]: “Atendiendo a los méritos literarios y demás circunstancias favorables y muy particularmente bla bla bla… el sillón jota pequeña… bla bla bla por su afición al estudio y el cultivo de la lengua castellana”… Yo no me esperaba esto.

Ahí dice que es un estudioso.

Eso sí es verdad. Yo he sido muy estudioso. No soy un novelista popular, yo sé muchas cosas. He estudiado filología, filosofía, teología, historia. Para escribir una novela donde mi personaje pasa un tiempo en El Salvador me documenté bastante. Yo trabajo con ese material. Y también es verdad que he amado y cultivado la lengua española en todas las ramas posibles.

La literatura es una de las ramas y cada escritor tiene su fuerte ¿Cuál es el suyo?

Mis personajes estás hechos muy desde el lenguaje. Yo le doy mucha importancia a la manera de hablar propia de cada época y lugar. Carmen Martín Gaite dice que soy muy buen dialogador. Y es verdad. Tengo muy buen oído para las conversaciones, y escribo desde lo que oigo. Por eso mis personajes salvadoreños hablan muy poco, porque no he oído hablar a muchos salvadoreños.

La lengua hablada y la escrita se mantienen en disputa permanente en la RAE.

La lengua castellana hablada es una parte de la lengua castellana a la que yo le doy mucha importancia. Francisco Umbral ha construido todo un lenguaje que se supone que reproduce el habla de la calle, como pretendíó la zarzuela, yo no hago eso, yo estilizo el lenguaje popular. Tengo un oído parecido al de Joaquín Sabina para ciertos giros del lenguaje popular.

Este año se enfatiza mucho que no se puede hablar del español sin hablar de “Don Quijote” ¿Está de acuerdo?

Es una pregunta comprometida. ¿Qué dirían en El Salvador si yo digo que no he leído el Quijote? Yo lo leí en la escuela, con los escolapios, porque nos obligaban y no tengo una buena experiencia de eso. Era una lectura muy arcaizante, teníamos que leer en voz alta. Lo qué sí aprendí fue a leer en voz alta. Entonces, de leer el Quijote no saqué casi nada, solo el gusto por la lectura en voz alta, hacerla y oírla.

Es muy auditivo usted.

Es que en voz alta conocí la literatura. Después estuve con los jesuitas, y ellos también me leyeron en voz alta “Don Camilo” de Giovanni Guareschi, casi todo Shakespeare, “Embajador en el infierno” de Luca de Tena, y mucho más, y me quedó el oído literario desde entonces.

Bueno, pero dijo que era comprometida la pregunta por el Quijote.

[Piensa un momento] Es que yo soy un académico de la lengua y yo no soy entusiasta del Quijote. Me interesa la figura de Cervantes, la vida emocionante de un tímido que tuvo una vida perreada, que supo y no supo a la vez quién era. Don Quijote dice: “Yo sé quién soy”, y uno se pregunta si Cervantes también lo sabía.

De la vida y la personalidad de Cervantes, por mucho que se haya escrito, siempre queda mucho misterio.

Sabemos muy poco de Shakespeare también. Yo tengo una teoría: en la vida hay que elegir entre ser Aquiles o ser Homero. El literato no es un hombre de acción, es un hombre que escribe y que está al margen. Cervantes era un hombre maltratado por la sociedad brutal y la competitividad de la época, como otros chulos de barrio que había por aquí. España era un país de chulos, de hidalgos muertos de hambre con ínfulas y muy hijos de puta, el Siglo de Oro fue un siglo de hijos de puta, solo hay que verlos cómo se peleaban e insultaban, se plagiaban entre sí .

¿Y cómo es que surge un personaje como el Quijote en un siglo de hijos de puta?

Cervantes inventa un personaje fuera del tiempo, retrasado, que vive en una época anterior y que quiere entrar en el tiempo presente. Inventó un pícnico, a Sancho Panza, que hoy encontramos en la Mancha, hizo una tipología del hombre español. Yo le tengo mucha simpatía a Cervantes, pero me cansa un pelín. Me gustan mucho sus novelas ejemplares. Eso es lo que voy a decir del tema del año.

¿Cómo llegó El Salvador a su novela “El cielo raso”?

Llegó a través de los jesuitas. Yo tenía un personaje, un homosexual, muy parecido a como yo he sido. Lo echan de España y se va a Londres, pero ahí vive encerrado, no hay perspectiva para una vida libre. Entonces el personaje quiere irse lejos y escogió El Salvador casi al azar. Pero yo, el autor, elijo El Salvador porque estaba pasando lo de los jesuitas, bueno, me di cuenta de lo que pasó con los jesuitas allá después de que pasó, porque cuando pasó yo no me interesaba por esas cosas y menos por el cristianismo. Yo vuelvo a pensar en el cristianismo cuando muere mi madre en 1992.

¿Qué tenía que ver la religión con el personaje?

La razón por la cual a mí me parece muy lógico poner a mi personaje en El Salvador es que hay un movimiento cristiano que no es el individualista de la salvación del alma, sino uno de la salvación de todas las personas. Ellos ya no hablan de salvación, sino de liberación. Al fin y al cabo solo bajo esa idea es que un homosexual deja de ser un paria, un marginado como nosotros vivíamos en aquellos años.

¿Usted vivió como un paria por ser homosexual?

Claro. Yo fui marginado, me echaron del colegio donde trabajaba, me echaron del país por ser homosexual. Lo cuento en “El cielo raso”, eso me pasó a mí. A mí me detienen una madrugada, a las 3, yo estaba sentado en la Plaza de España y llegó un policía, se acerca a mí, y me pregunta: “¿Tú eres maricón?”, y yo le dije: “Sí, sí soy maricón”. Entonces me llevaron a la comisaría y me tienen tres días ahí, y luego me llevan a gobernación, ahí me hacen decir dónde trabajo, y yo trabajaba en un colegio de Opus Dei. Llamaron al colegio y me echaron del trabajo. Fue injusto, yo no hacía nada malo. Si hubiera estado follando con alguno sí me tenían que haber agarrado, pero no fue así.

¿Por qué respondió que sí?

Porque así respondo yo. Nunca he dicho que no soy maricón. Nunca lo he aireado, pero cuando me lo preguntan no miento. El costo fue que tuve que salir de España, me fui a Inglaterra, y ahí me volví un ser invisible.

Pero, a diferencia del personaje, usted no se subió a ese avión rumbo a El Salvador.

No. Yo nunca fui a El Salvador. Pero mi personaje se salvó por ese viaje. Yo quise ponerlo en el centro de un movimiento donde la preocupación era desindividualizante. Como lo explica Jon Sobrino en esos diálogos que son entrevistas que yo reproduzco literalmente en el libro. A mí eso me pareció que era la manera en que mi personaje encontraría también su liberación. Mis novelas tienen ideas, posturas y mucha información.

Y mucha imaginación…

Claro, yo puse a El Salvador que imaginaba, por la gente que imaginaba luchando por liberarse. Yo quería contar eso en ese libro: alguien que aprende la lección del desinterés y de la solidaridad.

¿Quisiera ir a El Salvador real?

El mundo se divide en viajeros y sedentarios. Me encantaría ir, pero soy muy mal viajero. No he estado en El Salvador, pero tampoco he estado en Torrelodones, aquí en Madrid. Pero si voy un día no reconocería nada. Como cosa importante para mí solo buscaría la tumba de Ellacuría, porque su vida me parece lo más emocionante y vital. Es un libertador de la ignorancia. Me gusta.

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Editado por José Víctor Huezo / Publicado en La Revista Dominical (La Prensa Gráfica) 9 de mayo de 2005.

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